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miércoles, 2 de noviembre de 2011

Un cuento de halloween (retrasado xD)

 La oscura sala en la que nos encontrábamos encerrados era espeluznante… y encima temblaba, se movía. Aunque quizá fuese yo la que estuviera temblando. También hacía frío. Mucho frío. Pero sabía perfectamente que esa no era la razón por la que tiritaba. Aunque no era la única que lo hacía.


 La habitación era grande en general y la puerta transparente que nos cortaba el paso, presentaba un largo pasillo repleto de puertas. Había un montón de muebles, todos cubiertos de polvo. Destacaba en ella un gran armario de madera cerrado con un candado, y la chimenea gris que se hallaba en una esquina.


 No sabíamos que hacer, pues era realmente terrorífico y se podía oler el miedo en el ambiente y también sentirlo, por supuesto que se podía sentir.


 Y pensar que hacía una media hora estábamos pasándolo genial en la fiesta de Ari... y ahora.... ¿Ahora qué? Encerrados en la terrible mansión abandonada a dos manzanas de la fiesta. Maldito sea el momento en el que a Diego se le ocurrió esta idea. Ahora los dos estábamos perdidos en esa oscura y tenebrosa casa.


 -¿Tienes frío, Mia? -me preguntó al verme tiritar.


 -Em...no.


 -Pero si estás tiritando...


 -No es de frío. Tú también tiritas.


 -Yo sí tengo frío. - habló su orgullo.


 Silencio.


 Esa era una de las peores cosas de Diego. Aunque era un encanto, a veces su ego le hacía parecer egoísta y engreído. Pero él no era así. Era su máscara para tapar su gran corazón. Un corazón por el que llevaba cuatro años loquita. Por el que no dejaba de suspirar. Esa noche Marcos me vio en la fiesta de Ari con mi disfraz de vampiresa y se acercó a mí. Él iba de Peter Pan y estaba guapísimo.


 -Esta noche la voy a recordar toda mi vida. Sigueme. -fue lo que me susurró al oído. Yo le hice caso atontada y me guió dos manzanas al Norte. A primera visa la mansión parecía totalmente normal. Descuidada por el tiempo pero al fin y al cabo, normal. Claro que al entrar por la puerta debí tragarme mis propias palabras. Las paredes llenas de grietas, telarañas enormes por todos los rincones... Iba a decirle que saliesemos pitando de ese lugar. Pero no pude hacerlo, porque Diego comenzó a besarme con tal dulzura que me olvidé de todo. Y un rato después, mientras nos besabamos, oímos un grito proveniente de una de las salas del piso en el que estábamos así que nos cortó el rollo.


 Caminamos hacia la sala de la chimenea y nada más entrar se cerró la puerta de golpe, dejándonos allí abandonados. Y así sucedió todo. Así fue como comenzó esta pesadilla.


 -Está bien - comencé a decirle tras unos instantes - tengo miedo.


 -Yo también.


 Me acerqué a él y le abracé. Peter Pan volvió a besarme.


 Un nuebo chillido hizo que la madera crujiese y que el techo de la mansión se nos cayera encima. Por suerte a Diego y a mí no nos pasó nada. Pero nunca olvidaremos aquella noche.

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